Vestirse es algo esencial para un primate que se quedó sin pelo como Homo sapiens. La elaboración de la ropa ha cambiado mucho a lo largo de la historia, empujada en un principio por la tecnología (desarrollo de la aguja, del curtido de pieles, de los cuchillos y tijeras) y más adelante por cuestiones culturales y estéticas.
El problema fundamental con la moda, ese gusto colectivo y cambiante en lo relativo a prendas de vestir y complementos, es que hemos entrado en una espiral de consumo que es a todas luces insostenible. La producción de textiles crece de forma exponencial: en 2000 se produjeron 58 millones de toneladas de textil, cifras que se duplicarían en los siguientes 20 años, y que en solo 10 años más, para 2030, se volverán a duplicar de seguir así las cosas.
Las principales innovaciones en la moda del siglo XXI se producen más en el terreno de los tejidos que del diseño, con mezclas cada vez más originales y una tendencia cada vez mayor al reciclaje. Un reciclaje sin embargo que es muy difícil dada, precisamente, la creciente mezcla de materiales que llevan las prendas actuales, donde el metal, el plástico y las fibras sintéticas se combinan con materiales naturales como el algodón o el lino. Esto complica el reciclaje de los materiales textiles una vez son descartados o desechados. Lo fundamental, sobre todo con la ropa, es reducir y reutilizar antes que reciclar.
Hay, no obstante, buenas oportunidades para crear fibras sintéticas como el poliéster a partir del plástico de tipo PET, componente habitual de botellas y envases. El poliéster reciclado de esta manera es indistinguible del poliéster virgen y ahorra hasta un 75% de las emisiones de gases de efecto invernadero en comparación con hacerlo a partir de cero a partir de derivados del petróleo.
Los números globales no son muy buenos: una familia occidental tira un promedio de 30 kilos de ropa por año. El 73% de esta será quemada o tirada en un vertedero. Solo un 12% será reciclado y menos del 1% de esto será usado para hacer ropa nueva.
Basta con mirar las montañas de ropa que se acumulan no solo en los contenedores, almacenes e incluso en nuestros propios armarios, sino en espacios naturales remotos, como el desierto de Atacama, en Chile, que cada vez alberga más y más toneladas de ropa tanto usada como nueva. Para hacernos una idea, cada segundo, el equivalente a un camión de basura lleno de ropa se quema o se tira en un vertedero en algún lugar del mundo.
Especialmente impactante y problemática es la conocida como moda rápida, una moda basada en prendas muy baratas pensadas poco menos que para usar y tirar. La moda rápida es responsable de que la industria de la ropa sea la segunda actividad más contaminante después de las industrias petroleras y responsable de más del 10% de las emisiones de gases de efecto invernadero.
En un mundo en el que una de cada tres personas no tiene suficiente agua dulce para sus necesidades, la moda es una de las industrias más consumidoras de este valioso recurso. Fabricar un simple pantalón vaquero requiere más de 3000 litros de agua y una camiseta de manga corta más de 2000. Además, se requiere mucha agua para teñir: una tonelada de tela teñida puede requerir hasta 200 toneladas de agua.
Una parte importante del impacto de la moda en los países desarrollados recae en jóvenes y adolescentes, cuyo gasto principal es la ropa, a la que dedican la mitad de su presupuesto. Algunos adolescentes de todo el mundo llevan al extremo su afición por la ropa y siguiendo las tendencias de jóvenes influyentes en redes sociales como Instagram y Tik Tok, compran ropa para hacerse una foto y devolverla acto seguido, con todo el gasto de transporte y embalaje que supone.
Debemos sumar a la gran huella ambiental de la industria de la ropa un injustificable abuso global de los derechos humanos en la fabricación de textiles y vestimenta, con millones de trabajadores enfrentando salarios miserables y condiciones de trabajo peligrosas. Un antes y un después en este sentido fue el accidente del Rana Plaza en 2013, que se llevó la vida de 1.134 personas en Bangladesh y puso en evidencia las condiciones de precariedad laboral en la que se realiza buena parte de la ropa que usamos.
Como todo problema global, la industria de la ropa requiere soluciones globales enraizadas en lo local e individual. Entre todos podemos y debemos crear conciencia y difundir soluciones. Comprar menos ropa y de mejor calidad, apoyar las marcas sostenibles y la ropa de segunda mano, donar y reciclar la ropa no deseada, elegir fibras orgánicas, naturales o recicladas que no requieran el uso de productos químicos ni mucha agua en su producción. Miremos bien la etiqueta buscando certificaciones de sostenibilidad procedencia de un país con regulaciones ambientales estrictas para los fabricantes como la Unión Europea, Canadá o EE. UU. En resumen, prioricemos sostenibilidad a vanidad y negocio.
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( vote)Aprender y enseñar forman un círculo virtuoso del que obtengo energía y motivación para los proyectos más ambiciosos y disparatados.
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