Hace más de medio siglo que se estableció, científicamente, la existencia de límites al crecimiento económico, en el seminal informe de Donella Meadows. En todo este tiempo, una economía basada en el crecimiento continuo se ha ido imponiendo como si fuera el único modelo posible para nuestra civilización. No hace falta insistir mucho en que vivimos en un planeta finito, y los 8000 millones de personas y su huella ambiental hacen que muchos de sus límites físicos y ecológicos se estén sobrepasando.
La ciencia en general y la ecología en particular han propuesto una ineludible alternativa al modelo socioeconómico actual, el decrecimiento. El nombre provoca tanto rechazo que muchos prefieren llamarlo “postcrecimiento” o incluso “el buen vivir”, ya que este enfriamiento de la economía trae bienestar. Decrecimiento económico se asocia erróneamente a fracaso y pobreza cuando es justo todo lo contrario. Lo que es indiscutible en la actualidad es que solo podemos decidir no hacer nada, y que el decrecimiento ocurra por sí mismo en forma de recesión, o bien aceptar que es ineludible y planificarlo, que es, precisamente, lo que a muchos científicos nos lleva a explicarlo y apoyarlo.
Los escenarios climáticos y ambientales asociados al modelo socioeconómico actual están trayendo cada vez más penuria y sufrimiento. El decrecimiento es una estrategia intencionada para estabilizar las economías y alcanzar objetivos sociales y ecológicos, a diferencia de la recesión, que es caótica y socialmente desestabilizadora. La recesión se produce cuando las economías dependientes del crecimiento no crecen. En 2008, el mundo experimentó la peor crisis financiera desde la Gran Depresión (o la Gran Recesión en inglés). Las causas profundas de la Gran Recesión incluyen el flujo indiscriminado de capitales, la excesiva desregulación financiera y la elevada concentración de riqueza en pocas manos. Una recesión es un subproducto de las políticas neoliberales y de confiar en que el mercado se autorregula.
Los datos indican que la Gran Recesión provocó un aumento del desempleo y de los suicidios, especialmente en Europa y Estados Unidos, y un gran impacto en salud y nutrición en los países en desarrollo. Sin embargo, los datos también muestran que las recesiones pueden caracterizarse por aumentos de la esperanza de vida al nacer. Estas tendencias favorables están asociadas a regímenes políticos que favorecen una distribución más igualitaria de la renta y protecciones sociales más fuertes que pueden romper el vínculo entre desempleo, suicidios y crisis. Es lo que se conoce como «decrecimiento saludable».
Una parte importante del consumo en los países industrializados lo genera una carestía artificial de tiempo. A medida que se incrementa la demanda de productividad y se establecen jornadas de trabajo innecesariamente largas, las personas se quedan con tan poco tiempo que deben pagar por servicios que hubieran podido realizar ellas mismas, como preparar su comida, limpiar sus hogares o cuidar de sus hijos y de sus mayores. El capitalismo incurre en una gran paradoja: mientras genera una apariencia de abundancia y variedad de productos y servicios a nuestro alcance (basta observar un centro comercial), en realidad genera una gran penuria en cosas clave para el bienestar como son el tiempo y la riqueza real. La riqueza real y pública más grande de todas, la integridad de la biosfera del planeta, se ha sacrificado en nombre de la riqueza privada. El decrecimiento propone, en consonancia con la ciencia, revertir esta situación y devolvernos el tiempo robado reduciendo la jornada laboral y anticipando la edad de jubilación.
Justo lo contrario del afán de muchos gobiernos actuales. Aunque hay esperanza: presidentes de varios países como Colombia o Francia hablan abiertamente de decrecimiento y la Unión Europea acaba de arrancar un programa de investigación para abordar cómo implementarlo.
El decrecimiento previene la penuria y reduce la necesidad de competir para ser cada vez más productivos. Por ello el decrecimiento permite crecer en lo que realmente importa: bienestar real, valores humanos y sociales y un medio ambiente en buen estado.
Decrecimiento no es austeridad. Mientras la austeridad llama a la carestía para generar más crecimiento, el decrecimiento llama a la abundancia para hacer que el crecimiento no sea necesario. Para evitar una catástrofe climática y ambiental el movimiento ambientalista actual debe demandar lo que Jason Hickel define como la abundancia radical.
Lejos de ser algo de lo que lamentarse, el decrecimiento está asociado a los mejores escenarios humanos y a las más intensas y positivas motivaciones. Eso sí, la transformación que nos espera es de una gran envergadura y requiere ser abordada colectivamente entre disciplinas diferentes y contando siempre con la sociedad. ¡Aprovechemos la oportunidad histórica para no solo evitar el colapso sino para encaminarnos decididamente hacia un mundo mejor!
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( votes)Aprender y enseñar forman un círculo virtuoso del que obtengo energía y motivación para los proyectos más ambiciosos y disparatados.
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