Estás aqui -> Inicio » La salud de la humanidad » Vídeo » 5 minutos con… Una Salud, la salud planetaria

Durante milenios, la salud humana ha estado centrada en el cuerpo humano. Hoy sabemos que el cuerpo humano es en realidad un complejo ecosistema ocupado por todo tipo de microorganismos, muchos de ellos aún desconocidos para la ciencia, y que guarda una relación muy estrecha con el medio ambiente que lo rodea. Por tanto, hoy en día, la salud de las personas no se entiende sino es considerando también la salud de los animales, las plantas y los ecosistemas con los que compartimos espacio en el planeta.

Este es precisamente el concepto de salud planetaria. O el de Una salud, One Health en inglés. Una idea impulsada desde hace décadas por las Naciones Unidas y que ha cobrado gran relevancia a partir de la COVID-19. El hecho de que haya una única salud hace que conservar en buen estado la naturaleza sea primordial ya que enfermamos si nos rodea una naturaleza enferma.

El caso de las enfermedades infecciosas que padecen muchos animales es paradigmático. Si se pierden especies, si el ecosistema no funciona bien, los riesgos de que los patógenos crucen la barrera animal-humano dando lugar a una zoonosis crecen con rapidez. La degradación ambiental está haciendo crecer los riesgos de pandemias. La restauración de la biodiversidad se convierte, por tanto, en una herramienta clave en la gestión del riesgo de enfermedades zoonóticas de forma que la restauración ecológica debe ser considerada, en general, como un servicio de salud pública.

Si alteramos los ciclos de la materia y la energía también amenazamos nuestra salud. Emitiendo y acumulando moléculas en la atmósfera no solo atrapamos más radiación solar y generamos el cambio climático sino que incrementamos los problemas cardiorrespiratorios y amplificamos alergias y procesos asmáticos.

Una naturaleza sana filtra y depura el aire y el agua, amortigua los extremos climáticos y nos da toda una serie de bienes y servicios indispensables para nuestro bienestar. Entre estos bienes y servicios está la polinización de millones de plantas, incluyendo la mayoría de nuestros cultivos, el aporte de madera y alimentos o el enriquecimiento del suelo con materia orgánica y microorganismos que los hace fértiles y fecundos.

Por el contrario, una naturaleza enferma nos enferma; directa e indirectamente, y tanto física como mentalmente. Hay numerosas pruebas de lo estrecha que es la relación entre nuestra salud y la del medio ambiente. Y no nos referimos solamente a aquellas en las que un medio ambiente en mal estado nos enferma. Hay muchos casos de justamente lo contrario: una naturaleza en buen estado nos sana. Por ejemplo, personas con trastornos mentales o aquejados de los males que llegan con la vejez son tratados con éxito mediante largos paseos por bosques bien conservados. Todos los indicadores de salud mejoran. Este es el caso también de los efectos positivos que tienen los espacios naturales bien conservados en la salud física y mental de las personas que los tienen a su alcance o que viven cerca de zonas verdes en las ciudades

Personas con trastornos digestivos crónicos como el colon irritable se benefician de vivir en zonas naturales ricas en bacterias y microorganismos. Su microbiota intestinal, es decir, todos esos microorganismos claves para digerir los alimentos, se enriquece, y con eso se mejora la digestión y se alivian muchos de los incómodos síntomas de estas enfermedades. Esto revela que los microorganismos no son ni buenos ni malos, simplemente son imprescindibles para nuestra salud, pero en las cantidades y proporciones correctas y contando con nuestro sistema inmune y nuestra fisiología general en buen estado.

La vacuna de la biodiversidad, ese análogo de una vacuna real que es la naturaleza bien conservada y rica en especies animales y vegetales, esa que nos protege a los humanos de las infecciones que pueden acabar en pandemias, también opera con la fauna silvestre. Y la fauna en declive la necesita especialmente. Los ecosistemas funcionales y bien conservados no solo reducen los riesgos de pandemias humanas, sino que limitan las probabilidades de que los patógenos salten a nuevos huéspedes y amenacen a otras especies. Sabemos que la presencia de lobos, por ejemplo, disminuye la prevalencia de la tuberculosis animal en jabalíes, y las posibilidades de que de ellos salte a otras especies incluyendo animales domésticos. Esto se comprobó en un gran estudio de campo en Asturias. En este caso, la esencia de la vacuna que mantiene el territorio sano es el lobo.

La mejor defensa ante las pandemias es por tanto aliarse con la naturaleza y aprovechar los mecanismos de regulación que operan desde hace miles de años, en esencia dos: La regulación demográfica resultante de un ecosistema rico en especies e interacciones y la eficacia del sistema inmune de una fauna silvestre sana y con bajos niveles de estrés. No entender esto es exponernos a nuevas y más frecuentes pandemias.

Mucho se ha dicho y se dirá de las infecciones que nos pasan a los humanos distintas especies animales con las que convivimos o con las que entramos en contacto esporádicamente. Pero apenas se habla del proceso inverso, es decir, el que concierne a todos los virus y bacterias que les pasamos nosotros, los humanos, a mascotas, animales domésticos e incluso a la fauna silvestre. Esto nos vuelve a hablar de que la salud es única y compartida. Y es un proceso importante ya que este trasvase de patógenos desde los humanos a los animales no solo porque podamos enfermarlos sino porque los patógenos humanos evolucionan en estos nuevos huéspedes y pueden reinfectarnos con nuevas características o llegar a confundir o eludir nuestro sistema inmune.

Abordar nuestra salud con esta perspectiva planetaria puede parecer complicado. La gestión de la salud humana ya no queda restringida al sector sanitario ni se aborda solamente en hospitales y centros de salud. Pero este concepto de Una Salud tiene una gran ventaja. Aceptarlo, entenderlo y ponerlo en práctica supone abordar la causa última del principal desafío de la humanidad, que no es otro que la crisis ambiental.

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Fenando Valladares

Aprender y enseñar forman un círculo virtuoso del que obtengo energía y motivación para los proyectos más ambiciosos y disparatados.

Aprender y enseñar forman un círculo virtuoso del que obtengo energía y motivación para los proyectos más ambiciosos y disparatados.