La luz es un recurso imprescindible para la vida en la Tierra. No en vano la fotosíntesis de las plantas, algas y algunas bacterias aprovecha la radiación solar para alimentarse y alimentarnos a todos los demás habitantes del planeta. Sin embargo, la proliferación de asentamientos humanos y el deseo de ver bien y de ampliar las horas de luz han generado la producción en exceso de fotones (las unidades cuánticas que componen la luz). Unos fotones descontrolados que generan una forma de contaminación en la que habitualmente no pensamos: la contaminación lumínica.
La capacidad del ser humano para producir su propia luz cambió, sin ninguna duda y muy profundamente la sociedad. Permitió a las personas controlar la cantidad de luz disponible independientemente de la hora del día, alargando la jornada laboral y creando una nueva industria. La luz artificial dio paso a la entrada de nuevas máquinas en los hogares y en las fábricas a medida que el cableado eléctrico estaba más disponible. Sin embargo, la capacidad de la humanidad para iluminar la noche ha tenido y tiene importantes consecuencias ambientales, económicas, sanitarias y sociales.
Por contaminación lumínica entendemos el uso excesivo y deficiente de la luz artificial en exteriores. Este exceso de luz perturba los patrones naturales de la vida silvestre, contribuye al aumento del dióxido de carbono en la atmósfera al consumir energía extra, provoca alteraciones del sueño del propio ser humano y dificulta la observación de estrellas, planetas y galaxias que, como sabemos bien, requieren un cielo bien oscuro y sin esos fotones intrusos.
Hay 4 tipos de contaminación lumínica. El primero es el Deslumbramiento, un brillo excesivo que provoca molestias visuales y puede cegarnos y cegar a los animales temporalmente. El segundo es el Resplandor, un brillo del cielo nocturno sobre zonas habitadas. El tercero es la Intrusión o traspaso donde la luz cae donde no está prevista o donde no es necesaria. Y el cuarto tipo es el Desorden, generado por agrupaciones brillantes, confusas y excesivas de fuentes de luz.
La contaminación lumínica más evidente es el aumento del brillo del cielo nocturno, por reflexión y difusión de la luz artificial en los gases y en las partículas o aerosoles del aire urbano, de forma que se disminuye la visibilidad de las estrellas y demás objetos celestes. Mientras que, en condiciones óptimas, nuestro ojo alcanza a distinguir estrellas hasta la sexta magnitud, lo cual nos permite poder ver unas 3000 estrellas en verano, la contaminación lumínica hace desaparecen de forma progresiva, cientos de estrellas, de forma que solo las más brillantes de magnitud 1 y 2, junto a algunos planetas y la Luna, resultan visibles en medio de un cielo urbano neblinoso de color gris-anaranjado. De hecho, varios observatorios profesionales están amenazados a corto plazo si no se toman medidas.
La luz artificial excesiva impacta en multitud de animales nocturnos, altera la actividad migratoria de aves e insectos en sus trayectos nocturnos y hasta modifica los patrones de crecimiento de algunas especies de plantas y árboles, haciéndoles crecer en momentos desfavorables del año. El alumbrado exterior provoca un hiperestímulo en muchos insectos, algo que todos hemos podido comprobar al verlos dirigirse hacia la luz. El vuelo a la luz tiene a su vez tres grandes impactos: un efecto de cautividad (el insecto se siente atraído por la luz, muere extenuado, quemado o depredado por lo general), el efecto barrera (las fuentes de luz actúan como barreras migratorias o de dispersión) y el efecto aspirador (los insectos son «extraídos» de sus hábitats naturales).
La contaminación nocturna afecta también al tráfico marítimo, aéreo y terrestre. Incluso llega incrementar la contaminación atmosférica al inhibir en parte las reacciones químicas que hacen que los Óxidos de nitrógeno se depositen en forma de nitratos.
La contaminación lumínica afecta en mayor medida a las zonas urbanas y suburbanas, donde ahora vive más de la mitad de la humanidad. En paralelo al hecho de que cada día más gente se concentra en las ciudades, la contaminación lumínica crece a un ritmo de al menos un 2.2% en intensidad y área cada año.
La contaminación lumínica es muy desigual entre países, con países como Alemania o Austria con niveles muy bajos de contaminación lumínica por habitante, frente a otros como España, Italia, Bélgica, Grecia y Portugal que presentan niveles muy elevados Esto se traduce en gasto eléctrico: Alemania gasta apenas 45 kWh por habitante y año, mientras que España gasta 116kWh, casi el triple.
Evaluar las luces exteriores de nuestras casas o lugares de trabajo y cambiar su diseño para que no deslumbren y que no emitan luz innecesaria al cielo permitirá ahorrar energía, alterar menos los ciclos naturales de animales, plantas y del propio ser humano, y respetar el cielo oscuro. Todos podemos ayudar a contrarrestar esta forma de contaminación. Apoyemos la actualización de las luces en nuestro barrio o en la zona donde vivimos y hagamos propuestas para mejorar la iluminación. Cambiando el discurso, ya que ahora se trata no tanto de que haya más luz sino de que haya la justa, ni más ni menos. Y que no apunte a nuestros ojos ni al cielo del que tanto tenemos aún que aprender.
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( votes)Aprender y enseñar forman un círculo virtuoso del que obtengo energía y motivación para los proyectos más ambiciosos y disparatados.
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