Estás aqui -> Inicio » La salud de la humanidad » Etapa 4 | De la pampa fría al Ampato

Nos enfrentamos a la última etapa del viaje. Al desafío de la altitud se sumaba la corta ventana de tiempo en el que la climatología en esta época del año (principios de enero) nos permitiría subir al glaciar del Ampato a más de 6200 m, bajar y salir de la zona. La soledad en estas partes altas de los Andes es absoluta. Vuelve la geología a dominar el paisaje. Apenas unas yaretas de color verde intenso se intercalan entre las gramíneas dispersas en la base del volcán, dando paso en pocos metros de elevación a las coladas de antiguas erupciones y los mares de cenizas negras. Junto al Ampato, el volcán Sabancaya, siempre humeante y avisando de que está listo para explotar en cualquier momento.

Gran ejemplar de yareta (Azorella compacta) fotografiado en las laderas del volcán Misti (Arequipa)

Las yaretas son unos cojines densos, muy duros, que pueden alcanzar más de un metro de altura y varios metros de diámetro, conformados por rosetas de una planta de la familia del apio, llamada Azorella compacta. La yareta es una planta leñosa perenne que produce una resina amarillenta visible en su superficie especialmente en la época seca. Presenta una raíz gruesa leñosa, hojas muy pequeñas triangulares dispuestas en pequeñas rosetas algo carnosas, y unas flores pequeñas amarillentas que producen frutos también amarillos en forma de pequeñas bolitas. La yareta crece en condiciones ambientales extremas, de bajas temperaturas, heladas nocturnas, fuertes vientos y suelos pobres, muy superficiales y rocosos, en zonas con fuertes pendientes. Tiene una capacidad de regeneración natural reducida debido a su bajo porcentaje de germinación y a su crecimiento lento. A pesar de que el periodo de crecimiento promedio para plantas de alta montaña es de 5 a 6 meses al año, Azorella compacta crece muy lentamente con un promedio para cojines grandes de entre 1.4 mm/año y de medio centímetro por década. Sobre estos cálculos se estima que una planta de 1.6 m de alto y 3 m de diámetro puede tener entre 2400 y 3000 años.

Ejemplar juvenil de caracara (Caracara plancus)

En este mundo frío y mineral nos acompañó durante un rato un juvenil de caracara (Caracara plancus), carancho o traro, una rapaz de la familia de los halcones. En la cultura andina (Perú, Bolivia y Ecuador) se le conoce con el nombre de Aqchi (sin distinción de su variedad andina o cheriway) y es un ave sagrado que aparece mencionado en los mitos fundacionales del mundo andino, acompañando a Wirakochan en su viaje civilizatorio, siendo descrito con características físicas especiales (cuerpo negro y pico dorado) y conocimientos mágicos del kunan pacha (tiempo presente). Debido a su gran plasticidad ecológica, es un ave capaz de habitar diferentes ecosistemas desde el borde de los bosques a campo abierto, y desde zonas costeras a zonas de montaña. Incluso en ámbitos urbanos como en la ciudad de Buenos Aires. Es un ave oportunista, que puede alimentarse de carroña y también puede cazar. Aprovecha insectos, y también pequeños mamíferos y aves. Pueden hacer caza cooperativa para predar sobre aves de mayor tamaño, como coscorobas o garzas moras y también roba huevos de nidos. Consume y dispersa frutos de plantas, como la palmera Attalea phalerata. No tiene buena prensa en zonas rurales pues ataca a los pollos y puede agredir a terneros y corderos jóvenes o heridos, atacando los ojos, labios, y zona anal, de manera que la presa resulte progresivamente indefensa hasta que, finalmente, muere y es consumida. Suele bajar a tierra con frecuencia y caminar más que otras aves rapaces.

Volcanes Ampato (izquierda) y Sabancaya (derecha, con el penacho de gases que lo caracteriza)

La cordillera Ampato que recorre la parte central de la región de Arequipa desde el límite con el departamento de Ayacucho, sorteando los ríos Ocoña-Cotahuasi y Majes, hasta el inicio del Colca cerca de Chivay. Las cimas más destacadas son el volcán Sara Sara, el Solimana (6.093 m), el Coropuna (6.425 m), el Hualca Hualca (6.025 m), el Sabancaya (5.976 m) y el Ampato (6.318 m).

El primer ascenso moderno al Ampato se llevó a cabo en 1966, por el canadiense Richart Culbert. Sin embargo, la montaña se haría conocida por los hallazgos arqueológicos posteriores. En septiembre de 1995 Johan Reinhard y Miguel Zárate, encontraron a 150m bajo la cumbre principal del macizo un cadáver femenino congelado. Éste quedó al descubierto por el derretimiento de la masa glaciar que lo cubría, a causa de las fumarolas de una actividad eruptiva irregular en la que entró el volcán Sabancaya entre los años 1985 y finales de 1990. A esta momia, una ofrenda de una niña inca de trece años, se la conoce como Juanita, la “dama del Ampato” o la “dama de hielo” y se puede ver hoy en día en el Museo de los Santuarios Andinos en la ciudad de Arequipa. Expediciones posteriores dirigidas por los arqueólogos José Antonio Chávez y Johan Reinhard, descubrieron entre octubre de 1995 y diciembre de 1997, otras tres momias a unos 5850 m de altitud.

Bofedales o zonas húmedas donde se puede acampar en la base del Ampato, cerca de la hacienda Sallalli (en ruinas) a 4450 m de altitud. Se aprecia la pista de aproximación al volcán que discurre de este a oeste. Imagen tomada de Google Earth.

La ruta más utilizada para alcanzar su cumbre es desde Pampa Sallalli, la cual no tiene gran complejidad técnica. La hacienda Sallalli, abandonada y en ruinas, se situa en esta pampa sobre lo que se conoce como un bofedal, una turbera de alta montaña. Estos bofedales son un aporte de agua y un refugio de biodiversidad que se apoya sobre todo en varias especies de juncos. Hasta los 6000m se trata de un ascenso por tierra y rocas. Superada esa cota se llega a terreno glaciar, y hace falta equipo de alta montaña, aunque en días secos y despejados algunas personas suben con equipo ligero. En nuestro caso, la ventana de tiempo fue muy corta y cuando nos hallábamos a unos 5300 m de altitud decidimos inicar el regreso ya que comenzó a nevar y a bajar rápidamente la visibilidad. El resto del día el volcán quedaría tapado por una espesa capa de nubes.
Con un poco de sabor agridulce por no haber podido llegar a la cumbre, disfrutamos del final de una expedición increíble que estuvimos mucho tiempo planeando y que tuvo que ser pospuesta en numerosas ocasiones. Sin ninguna duda, ¡valió la pena toda la espera!

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Fenando Valladares

Aprender y enseñar forman un círculo virtuoso del que obtengo energía y motivación para los proyectos más ambiciosos y disparatados.

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